EL POLVORÍN OLVIDADO

 EL POLVORÍN OLVIDADO

Mientras el mundo concentra su atención en la crisis monetaria del mundo capitalista, se inquieta ante el violento cariz que adquieren las conversaciones en torno a la provisión de hidrocarburos o bien fija sus miradas hacia los lugres del globo donde las guerras alcanzan sus picos más detonantes, desde hace ya 35 años Ecuador y el Nepal enardecen una conflagración encarnizada. Silenciosas, obcecadas y sugestivamente postergadas en las primeras planas de los principales rotativos internacionales, las dos naciones se desangran en la lucha. ¿Qué ocultos intereses retienen, desvirtúan o bien tergiversan todas las noticias emanadas al respecto de las correspondientes cancillerías? ¿Qué hace que tantos altos estadistas como asimismo el Secretario General de la  Central Intelligence Agency (CIA) manifiesten abiertamente ignorar los hechos? Algunos datos sobre esta contienda sirven, tal vez, para aclarar los sucesos. El 7 de octubre de 1940 el licenciado Manuel del Pablo, embajador del Ecuador en Nepal, fue salivado públicamente y en pleno rostro, por un alto funcionario nepalés. Tres días después ambos países rompían relaciones, y el23 de noviembre de 1940 se declaraba formalmente la guerra al considerar el gobierno ecuatoriano que sus pares nepaleses no habían dado explicaciones diplomáticas satisfactorias al burdo suceso. Vanas fueron las descargas hechas días después por el Nepal atribuyendo la agresión a resabios asimilados por sus pobladores de la famosa “flema inglesa” y aclarando que se habían redactado 347 carillas para remitir a Ecuador con las aclaraciones del caso. Este informe, conocido como el Informe Esputo, nunca llegó a destino debido al sorpresivo desbarrancamiento del yak que los transportaba desde el Himalaya hasta el despacho telegráfico de la zona. Se culpó, en el momento, a la CIA como responsable del sospechoso accidente. La guerra quedó declarada. Ambos países se dispusieron para la confrontación. El Alto Mando del Ejército Ecuatoriano, tras un minucioso estudio y cálculo de posibilidades –como asimismo de las condiciones topográficas de la región- decidió, en 1943, optar por la guerra de trincheras, a la defensiva, previendo el arribo de las hordas nepalesas. En Quito, el pueblo ensoberbecido pugnó durante horas con la policía procurando quemar la embajada del país asiático, debiendo retirarse con algunas víctimas, al comprobar que ningún guardián del orden conocía la dirección exacta de dicha representación diplomática. En 1947 el gobierno de Ecuador aclaró al pueblo que cesara en sus intentos, dado que nunca había asentado reales en el país una embajada del Nepal. Esto encrespó aún más los ánimos de los pobladores que esta vez buscó infructuosamente una bandera nepalesa para incinerar. Ante la violencia desatada y la necesidad de darle algún cauce concreto, el gobierno ordenó confeccionar cien banderas enemigas que fueron quemadas en plaza pública. Luego se comprobó que por un error de información dichas enseñas habían sido hechas a imagen y semejanza de la insignia de Afganistán. La OEA, por un momento, temió una alianza entre Afganistán y Nepal, pero los afganos  ignoraron el hecho, muy preocupados por una letal epidemia de disentería. Incluso un oscuro diplomático ecuatoriano enviado a Afganistán para explicar el hecho murió al contraer dicha peste. A todo esto, el Alto Mando del Nepal, llegó a la conclusión de que por las anfractuosas características del terreno su ejército debía optar loor la guerra de trincheras, siguiendo paso a paso los cánones de los estrategas francesa en la primera conflagración mundial. Siguió luego una tensa calma que abarcó desde 1951 a 1956; allí, para ser más exactos, el 23 de febrero, el conflicto estuvo a punto de estallar con megatónica potencia. En Ginebra, Suiza, un turista ecuatoriano acertó a entrar a un negocio de relojería atendido por un nepalés. El centroamericano, advertido del peligro, ocultó su identidad limitándose a escuchar a su interlocutor, considerando (según luego relatara a su Departamento de Estrategia) que era más útil desarrollar una hábil política de espionaje.

Debido a la diferencia idiomática no pudo transcribir lo expuesto por el nepalés, pero finalmente escapó con un reloj pulsera que aún se exhibe en Quito como prenda tomada al enemigo. En represalia, el gobierno de Nepal prohibió literalmente difundir por sus radioemisoras el pasodoble “Sangre ecuatoriana”. El clima se tornó entonces más tirante y espeso, de ser eso posible, y hasta nuestros días ambos ejércitos permanecen en sus trincheras, oteando el horizonte, a la espera del ataque aniquilador. Una sola chispa, tan sólo una, puede encender la contienda y desatar la vorágine de una nueva guerra.

¿Se sorprenderán entonces las grandes potencias? ¿Verán con asombro cómo el frente de atención varía desde Medio Oriente hacia el Trópico o el Himalaya? ¿Cómo explicarán a los pueblos el inexplicable silencio que han tendido como un sudario durante más de tres décadas sobre tal estado de cosas?

¿Recién entonces sabremos cuáles son las motivaciones que hacen que los conglomerados multinacionales, los pools, los cartels, e incluso la sinarquía internacional se confabularan en un mutismo cómplice? Lo cierto, lo concreto, es que durante años noshemos sentado al descuido sobre un volcán. Volcán que se torna más amenazante que nunca ahora, desde el 9 de enero de 1975, cuando el gobiern de Nepal (a los efectos de facilitar el enfrentamiento armado) ha iniciado gestiones ante las Naciones Unidas para declarar a Ecuador, País Limítrofe.

Roberto Fontanarrosa

Los trenes matan a los autos / 1977-1984





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