XX ENCUENTRO DE HISTORIADORES ANTÁRTICOS LATINOAMERICANO - unas palabras al cierre
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Buenas tardes a todos.
Quiero felicitar, en nombre del Ministerio de
Defensa, a Eugenio Facchin y a todos los organizadores de este XX Encuentro de
Historiadores Antárticos.
Quiero destacar la iniciativa de la UNIVERSIDAD DE LA DEFENSA de
colaborar como sede en esta edición. Nos hubiera encantado que fuera
presencial, como presencial hubiese sido estar en la Corbeta Uruguay. Ya pasará
la peste y podremos hacerlo.
Quiero agradecer a todos los panelistas, y a los autores de los tres
libros que se acaban de presentar, que resultan muy motivadores; y agradecerles
en particular a mis amigos Rosana Bertone, diputada y ex gobernadora, y Daniel
Filmus, Secretario de Malvinas, Antártida y Atlántico Sur, por compartir este
momento con nosotros. Jerarquizan institucionalmente el encuentro y muestran la
importancia que nuestro país da, en todas las dimensiones y en todas las
ocasiones, al continente antártico.
Este grupo creciente de historiadores, al realizar estos encuentros,
exhibe dos notas distintivas de la vocación por la Antártida, que son la pasión
y la tenacidad; el amor por el destino y la persistencia en ese amor.
La Antártida hace evidente algo que a veces, en latitudes más benignas,
se olvida o pierde de vista: que son necesarias pasión y tenacidad -sostenidas
inteligentemente y articuladas colectivamente- para alcanzar destinos
perdurables.
La Antártida, como esta peste que vivimos ahora, le recuerda a la horda
humana que lo que nos ha salvado como especie, lo que nos ha permitido llegar
hasta hoy, no ha sido la competencia individualista sino la solidaridad
cooperativa.
Las controversias sobre el descubrimiento de que nos habla Eugenio
Facchin, las reseñas uruguayas de Tabó y Pérez Morales, la toponimia brasilera
y sus viajeros que recoge Barbosa, la cartografía de Hartlich, las anotaciones de Sobral cuya
exégesis realiza Mary Tahan, la saga de Olezza que evoca Lucas Carol, Ushuaia y
el camino al polo sur de Trezza, la mirada desde Australia -que con la de Sudáfrica
completaría los puntos de vista desde la costa al extremo austral- son una
cuidada selección de temas. Selección que va desde recoger historias de
viajeros, exploradores y pioneros; hasta las polémicas sobre el descubrimiento,
las topinimias y las perspectivas geopolíticas de distintos períodos de la
historia reciente.
Sumados a la investigación sobre la presencia de la Antártida en
algunas literaturas latinoamericanas, nos hablan de la importancia de los
discursos.
Esos discursos y esos relatos se entrecruzan y se entremezclan en dos
dimensiones, una vinculada a la universalización de la cultura humana, aspiración
noble de la que también nos hablaba Perón; y otra tensionada por intereses y
pujas entre grupos humanos, que no suponen una construcción virtuosa y generosa
del destino de nuestra especie.
La Antártida era hace 120 años, para las literaturas populares que le
prestaban atención, un territorio de frontera inalcanzable, de Última Thule,
impregnada de aquella fe en el futuro que portaba el iluminismo positivista. Fe
en el futuro del progreso tecnológico que estalló y se disipó con la Primera
Guerra Mundial.
En aquella época, la Antártida aparecía en algunas cartografías de ésas
de las que hablaban hace un rato, como terra incógnita, como el África
ecuatorial o el Amazonas; sectores en blanco en los mapas a los que no había
llegado “la civilización”. Esos vacíos civilizatorios eran en realidad lugares
que no habían sido incorporadas a la lógica del mercantilismo capitalista;
zonas que tienden a reaparecer ahora como bienes públicos globales, zonas ambientales
reservadas para la ambición diferida del capital trasnacional extractivista.
Creo que solamente en aquellos mitos de Cthulhu inventados por Lovecraft
la Antártida aparece como territorio tenebroso.
Despojada del iluminismo la Antártida aparece a mediados del siglo XX
como un nuevo destino promisorio, como frontera ya alcanzada y progresivamente
vivible, como un sector del mundo todavía no contaminado.
En los años ‘50 la ciencia ficción introduce el espacio exterior como
imagen de frontera, que en los años sesenta, cuando yo era un chico, se encarna
en la Luna y la carrera espacial.
Aquellas imaginerías se han disipado, aunque reaparezcan ahora de
manera tenue y publicitaria en clave de mercado turístico o de concesiones
extractivistas otorgadas por bolsas de comercio, como aquellos títulos de
concesiones que confería Carlos V, o las patentes brindadas a compañías de
indias, orientales u occidentales.
Reflexione alguien cómo y por qué la Antártida ha perdurado como
territorio de frontera, de pureza virgen, de destino y de esperanza; sector del
mundo en el que el ser humano tiene su última oportunidad de tratar bien a su
ambiente, de recuperar una relación armoniosa como en el paleolítico, dotado
ahora de un arsenal tecnológico inimaginable entonces, que bien puede agobiarlo
con su peso como liberar su espíritu.
Asistimos a un momento de reconfiguración de los discursos en medio de
una globalización que se nos quiere presentar como neutral pero que está compuesta
de algunos globalizadores y de muchos globalizados a empujones.
La Antártida ha sido el último lugar de tierra firme que alcanza
nuestra especie. La horda de homínidos primitivos empieza una larga caminata
desde el África Oriental, que, tras cruzar Behring o el Pacífico, termina hace
unos 15.000 años cuando llegan a ese territorio que gobernó mi amiga Bertone. Y
se queda ahí, en ese lugar tan al sur, mirando más hacia el sur todavía.
La geología parece sugerir que el camino de nuestra especie hacia la
Antártida es latinoamericano. Y este encuentro, estos trabajos, esa imaginería
que reseña Hartlich, apuntalan ese trayecto.
Los trabajos de Pablo Fontana y Lydia Gómez sobre la custodia y la
visibilización del patrimonio terminaron de decidirnos para impulsar una idea
que venía pergeñando la licenciada Decándido en la UNDEF: una bienal de hábitat
antártico.
Queremos brindar un espacio de reflexión periódica y convocar a
empresarios, profesionales y artistas a volcar su ingenio para mejorar la
calidad de la tecnología humana que amplifica nuestra capacidad de habitar en
este continente. Creemos que será un aporte más para sostener nuestro próximo
siglo argentino en la Antártida, que siendo latinoamericano se hará universal.
Sergio A. Rossi / Secretario de Estrategia y Asuntos
Militares - Ministerio de Defensa
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