SEBRELI - La belle époque: nacimiento del ocio
LA BELLE ÉPOQUE: NACIMIENTO DEL OCIO
Las burguesías afiebradas de las posguerras y de los años de ascenso
del socialismo necesitaron crearse un pasado mitológico, una “edad de oro” feliz donde no
se conocieran luchas sociales, ni peligros o donde, por lo menos, estos no se
hubieran hecho presentes a la conciencia sino de un modo vagoroso. Se la llamó belle époque en francés, porque el
francés era el idioma universal en esos tiempos, y su comienzo puede ubicarse
alrededor de 1899, fecha de la Exposición Internacional de París, fecha también
en que comienza el gran auge de Mar del Plata –un año antes había inaugurado el
Bristol Hotel-, ciudad que como veremos luego está indisolublemente unida al
espíritu de la belle époque.
La época por supuesto no tenía nada de bella para quienes tuvieron que
vivirla desde la situación de las clases trabajadoras o desde la parte del
mundo sometida al imperialismo y al colonialismo. La dulzura de vivir sólo
podía ser experimentada por las grandes burguesías instaladas en los lugares de
diversión más exclusivos de las ciudades lujosas en el centro del mundo
imperial, copiadas fielmente por las oligarquías locales de los países
sometidos.
Pero la búsqueda desenfrenada de la diversión y el lujo que
caracterizaron también esta época argentina, no fue solamente una necesidad de evasión
de la burguesía, respondió a una situación histórica real.
El sometimiento de la burguesía argentina al imperialismo inglés, le
permitía vivir a ésta un temporario auge económico con sobrante de riquezas que
impulsaba la tendencia al gasto. Por otra parte, al depender la expansión
capitalista del país, no de la acumulación de la burguesía local sino del
dominio imperialista del mercado internacional, toda tendencia al ahorro se
hacía inútil pues no había posibilidades de inversión y las ganancias se
derivaban, por lo tanto, al gasto dispendioso, a crear nuevos circuitos de
consumo lujoso y superfluo.
Se pasaba así de una economía de producción a una economía de consumo,
por supuesto de un consumo minoritario y limitado exclusivamente a la alta
burguesía, de la moral del ahorro burgués, a la moral del derroche burgués. El
burgués argentino de la belle époque se sentía muy seguro, no temía por el mañana
y podía dedicarse a disfrutar del presente.
No necesitaba acumular como el esforzado industrial europeo, los pastos
y las vacas crecían y se multiplicaban en las pampas. El ocio y el gasto
conspicuo sustituirán a la austeridad de los tiempos de la colonia y de los
tiempos de Rosas. Se edificaban los suntuosos palacios del barrio Norte, se
encargaba la ropa a Europa, se coleccionaba antigüedades y obras de arte,
animales de raza tiraban sus carruajes, se abrían los salones en fiestas
espectaculares. Era el consumo conspicuo del que hablaba Veblen –Teoría de la
clase ociosa- la ostentación insolente de la capacidad de gasto de la
burguesía, que constituía su signo de distinción.
El culto a los más superfluo y fútil, a lo totalmente inútil, era la
constante de la época, que se evidenciaba en la artificiosa arquitectura art nouveau, en los abarrotados
interiores, en los complicados atuendos femeninos, en los modales rebuscados,
en la oratoria ampulosa y hueca, en la frivolidad, en el predominio de la estética
sobre la ética, en el “arte por el arte”, en el “decadentismo”, en la proliferación
de lugares de diversión, cabarets, casinos, hipódromos, hoteles de lujo. Pero
la obra maestra del culto a la inutilidad, del ocio ostentoso era tal vez la
ciudad balnearia que comenzaba a surgir en esa época en todos los países del
mundo capitalista.
Ese culto a la inutilidad, ese ocio ostentoso que caracterizaba a la belle époque fue introducido entre
nosotros por la llamada “generación del
ochenta”, esa primera generación frívola, refinada y cosmopolita, de
literatos deliciosos y superficiales, de políticos mundanos, de clubmen, de
humoristas y conversadores de salón. Fueron ellos los primeros que realizaron
el viaje ritual a Europa donde, veraneando en Deauville concibieron por primera
vez la idea de Mar del Plata. Fueron ellos quienes mediante su liberalismo
anticlerical estaban más capacitados para admitir las supuestas costumbres
licenciosas de las flamantes industrias de la diversión y de la vida en los
balnearios. Fueron ellos quienes constituyeron las primeras oleadas de turistas
marplatenses –Pellegrini, Juárez Celman, Mansilla, Sáenz Peña, Groussac-, y Mar
del Plata fue hecha a su imagen y semejanza.
La ciudad balnearia, que sería al mismo tiempo una ciudad de juego, no
podía surgir sino de la generación del 80, cuya ética de la consumición la
llevó a hacer del juego la principal atracción. En el 80, Buenos Aires era un
inmenso garito, una partida interminable. Se jugaba a la Bolsa, se jugaba en
los flamantes hipódromos de Palermo y Belgrano, se jugaba en los tapetes del Jockey Club, del Círculo de Armas y del Club
del Progreso, y hasta se jugaba en las casas de familia con participación
de mujeres y niños. La creación de una ciudad de juego alrededor de un Casino
estaba pues en el aire.
(Mar del Plata, el ocio represivo – Juan José Sebreli)
Una de las idioteces más difundidas por propagandistas de la oligarquía, y repetidas por incautos, ingenuos y aspirantes, es ésa de la Argentina potencia mundial, la Generación del 80 y las Mieles del Centenario.
ResponderEliminarEsforzados y sagaces oligarcas que habrían cimentado la grandeza argentina, arruinada por los radicales de Yrigoyen, que perpetraron un sistema donde todos votan, y sepultada por Perón y su fiesta de 70 años, con pretensión de justicia social y que cualquier negrito se anime a mirar al patrón a los ojos.
Ninguno de los papagayos de hoy puede creer que Juan José Sebreli se cuente en el bando del populismo igualitarista, motivo por el cual podemos usar estas líneas que escribió hace medio siglo para tratar de limpiar las telarañas de ciertas cabezas vacías, o demasiado llenas de fluidos embrutecedores.
Del mismo autor, Juan José Sebreli, un artículo sobre las librerías de Buenos Aires, Entre otras cosas, recuerda cuando Chacho Álvarez fue de adolescente cadete de la Librería Santa Fe: https://www.lanacion.com.ar/ideas/juan-jose-sebreli-retrato-de-una-buenos-aires-que-ya-no-existe-nid08012022/
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