SCALABRINI ORTIZ - el 17 de octubre - el piloto del caos - delincuente

Raúl Scalabrini Ortiz - El 17 de octubre de 1945

El sol caía a plomo sobre la Plaza de Mayo, cuando inesperadamente enormes columnas de obreros comenzaron a llegar. (…) El río cuando crece bajo el empuje del sudeste disgrega su masa de agua en finos hilos fluidos que van cubriendo los bajíos con meandros improvisados sobre la arena, en una acción tan minúscula que es ridícula y desdeñable para el no avezado que ignora que ése es el anticipo de la inundación. Así avanzaba aquella muchedumbre en hilos de entusiasmo, que arribaban por la Avenida de Mayo, por Balcarce, por la Diagonal…

(…) Hermanados en el mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, el tejedor, la hilandera y el empleado de comercio. Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la nación que asomaba, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto. (…) En las cosas humanas el número tiene una grandeza particular por sí mismo. En ese fenómeno majestuoso a que asistía, el hombre aislado es nadie, apenas algo más que un aterido grano de sombra que a sí mismo se sostiene y que el impalpable viento de las horas desparrama. Pero la multitud tiene un cuerpo y un ademán de siglos. (…) El espíritu de la tierra estaba presente como nunca creí verlo.

 

El hombre que está solo y espera, 1931, Raúl Scalabrini Ortiz

DELINCUENTE

Un crimen, un robo, un asalto, un adulterio con homicidio son sucesos sin repercusión social, despreciables y previstos en el equilibrio colectivo. El delito mayor es darles una divulgación indebida, repartirlos por todos los ámbitos, redactados por plumas expertas en sensacionalismo, bajo títulos pomposos, como si se quisiera que todos los hombres tomaran por modelos las fechorías que relatan. Más delito que el delito es la publicidad morbosa del delito.

EL PILOTO DEL CAOS

El Hombre de Corrientes y Esmeralda no es ambicioso ni le torturan emulaciones de lucimiento. Cuando algún trepador empuja, él abre cancha y deja el paso expedito. No tiene, pues, necesidad de estrujar su espontaneidad. El Hombre de Corrientes y Esmeralda está resignado a ser un elemento vil de los cimientos, uno de los cascotes que se gangrenan bajo el suelo. No le instigan apuros de labrarse complicadas periferias de artesonados o cornisas terminales. Su misión es más tosca, y él presta enorgullecido sus  lomos para consolidar la patética edificación del espíritu de la tierra. “Palpita”, acertadamente, que en su humildad está su mejor grandeza.

 

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