H. QUIROGA - La tortuga gigante
(...) Pero llegó un día, un atardecer, en que
la pobre tortuga no pudo más. Había llegado al límite de sus fuerzas, y no
podía más. No había comido desde hacía una semana para llegar más pronto. No
tenía más fuerza para nada.
Cuando cayó del todo la
noche, vio una luz lejana en el horizonte, un resplandor que iluminaba el
cielo, y no supo qué era. Se sentía cada vez más débil, y cerró entonces los
ojos para morir junto con el cazador, pensando con tristeza que no había podido
salvar al hombre que había sido bueno con ella.(...)
Pero un ratón de la ciudad
-posiblemente el ratoncito Pérez- encontró a los dos viajeros moribundos.
-¡Qué tortuga! -dijo el
ratón-. Nunca he visto una tortuga tan grande. ¿Y eso que llevas en el lomo,
que es? ¿Es leña?
-No -le respondió con
tristeza la tortuga-. Es un hombre.
-¿Y dónde vas con ese
hombre? -añadió el curioso ratón.
-Voy… voy… Quería ir a
Buenos Aires -respondió la pobre tortuga en una voz tan baja que apenas se
oía-. Pero vamos a morir aquí porque nunca llegaré…
-¡Ah, zonza, zonza! -dijo
riendo el ratoncito-. ¡Nunca vi una tortuga más zonza! ¡Si ya has llegado a
Buenos Aires! Esa luz que ves allí es Buenos Aires.
Al oír esto, la tortuga se
sintió con una fuerza inmensa porque aún tenía tiempo de salvar al cazador, y
emprendió la marcha. (...)
Horacio Quiroga - La tortuga gigante - Cuentos
de la selva
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